En los dominios de un atardecer cualquiera,
bajo el lienzo azul ya vencido,
manchado de sangre el campo de batalla,
un sueño presenta sus credenciales
y un reino de hechizo se apodera de mí.
Cautivo de su magia
me envuelve con las alas desplegadas,
perlas y rubíes, encantadas promesas,
prisión del alma,
amor que es de cristal.
Tiempo después,
frente a la puerta de un singular palacio,
banderas, vientos y predecibles gratos días,
ondean vencidos los labios la tierra ganada.
Es la alegría del hombre que se sabe vivo,
aquella que no está en todas las cosas
y que colma de historia aquello que fue nada.
Ya no es el hombre mismo
sino un aroma de Damasco que en el viento habita.
bajo el lienzo azul ya vencido,
manchado de sangre el campo de batalla,
un sueño presenta sus credenciales
y un reino de hechizo se apodera de mí.
Cautivo de su magia
me envuelve con las alas desplegadas,
perlas y rubíes, encantadas promesas,
prisión del alma,
amor que es de cristal.
Tiempo después,
frente a la puerta de un singular palacio,
banderas, vientos y predecibles gratos días,
ondean vencidos los labios la tierra ganada.
Es la alegría del hombre que se sabe vivo,
aquella que no está en todas las cosas
y que colma de historia aquello que fue nada.
Ya no es el hombre mismo
sino un aroma de Damasco que en el viento habita.
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