martes, 24 de abril de 2007

LA JUVENTUD DOMESTICADA, de David P. Montesinos


La preocupación que da origen a este libro arranca de la constatación -del presentimiento acaso- de que la energía que llevó a la juventud occidental a convertirse en la nueva gran creadora de derechos y de signos, en la mayor cuestionadora de los viejos modelos de autoridad y, en definitiva, en la fuerza revolucionaria más formidable de la era tardoindustrial ha quedado misteriosa y secretamente colapsada. Los media nos insisten una y otra vez en la asociación entre juventud y rebeldía, una juventud que debemos proteger -como los parques naturales- ecológicamente en nosotros mismos, incluso cuando ya no somos jóvenes.

Parece que todos hemos de luchar como valientes contra los signos de envejecimiento de nuestra piel, hemos de desear a diosas con pinta de adolescente -cuando no de niña púber- y solazarnos con espectáculos y diversiones concienzudamente puerilizadas para adultos, desde los estadios de fútbol a los parques temáticos pasando por los videojuegos y las despedidas de soltera donde una treintaañera hecha y derecha hace la gallina en medio de la calle... Sí, pero ¿dónde está el poder disruptor creativo que hizo salir a los jóvenes a la calle para reclamar no la toma del poder político sino la transformación profunda de los estilos de vida y de relación entre humanos? Disruptor es, desde luego, el niño insumiso que hace imposible la normalidad del aula en la escuela, o el que garbea insolente por las calles sintiendo que la tribu de los adultos renuncia a afearle su mala conducta. Lo que no creo es que esa voluntad de desorden sea mucho más que la respuesta desesperanzada y a veces esquizofrénica a la falta de criterios.

Es cierto, acontecimientos como el del "No a la Guerra" o "Nunca mais", por no hablar de Seattle, Génova o las asociaciones juveniles que, con mucho más de voluntad de asociarse y combatir que para adiestrarse en la preservación del orden legado por los adultos como hacían los boy-scouts, obligan a volver oblicua esta mirada nostálgica y nihilista que parece creer que el "sesentayochismo" da carpetazo la Revolución Juvenil. De ser así, como expongo en el ensayo, no habría que renunciar al esfuerzo de la crítica, sólo habría que trasladarlo a otros puntos liminares del mapa social, como los sin techo, los inmigrantes, los homosexuales o las mujeres... Pero es que estoy muy lejos de creer que los Nuevos Movimientos Sociales sean ajenos a los jóvenes. Es por eso que el mensaje de este libro queda abierto, pues su objetivo no es otro que el de suscitar la controversia. ¿No será que el trayecto de la herencia -entendida como legado espiritual- ha quedado interrumpido porque los jóvenes contestan con la ausencia, con la renuncia a ocupar los puestos de poder, al empeño adulto por desactivarlos como ciudadanos y convertirlos en consumidores? ¿No será que el reclamo de fe en la experiencia asociativa como única posibilidad de reconstruir los puentes del derecho y la justicia ha quedado triturado en ellos por el individualismo atroz, ese miedo paranoico al Otro, en que los hemos educado? ¿No es culpable de ignorancia quien, nostálgico del rock, acude a un concierto de momias de sesenta años mientras acusa al hip hop de simple moda yanqui para cabezas huecas? Abramos el debate.

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El libro La juventud domesticada. Cómo la cultura juvenil se convirtió en simulacro, ha sido publicado recientemente por la Editorial Popular.

Se puede adquirir por Internet en la web de la editorial www.editorialpopular.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por la reseña, mi viejo amigo. david p.montesinos