Cuando tomo la mano que escribo que amo,
los caminos hasta entonces perdidos dibujan ríos, y
no mueren y siempre nacen;
tal es la costumbre que sostiene el mundo, y
el alivio vuelve a mí, la entrega a una nueva vida,
al viento que mueve las cosas, cuyas sombras y
distancias no más se desvanecen...
como si de un leve soplido de niño fuera.
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